El chismoso es
para el periodista lo que el sofista para el filósofo. Es tan análogo a él que
puede llegar a ser prácticamente lo mismo, he ahí el por qué todo aquel que a
un nuevo amigo le confiese sus estudios o su quehacer periodístico siempre sale
a colación frases como: o sea que te
gusta el chisme. Que precisamente no lo formulan como pregunta, sino como
afirmación, una sentencia a lo más bajo; porque el chisme, eso rico para ser
consumido por las masas, pero igualmente depreciado por ellas, es tan
inútil como efímero. Porque el chisme
alude a las emociones, a la excitación del morbo, a la exaltación de la mera
descripción o al normativismo: ponte esto, rechaza aquello, apoya a éste, quema
y lincha al otro. El chisme es como las papas fritas y el refresco de soda:
altamente adictivo y poco nutritivo; detrás de la industria que lo produce se
encuentra muchos de los porqués de nuestros problemas. Ahí el chismoso no hace
otra cosa que acomodar, en el sentido de que busca darle comodidad a todo el
mundo: siéntese aquí en este sillón y
siga consumiendo.
A
su lector le da una pastilla tranquilizante, un placebo para que piense que su
presión elevada se curará con pastillas de azúcar. Y al individuo, sea político
o artista, lo invita para darle palmadas y aplausos por su gran obra, le otorga
reconocimiento ante sus pocos o muchos lectores. De no ser así, será lo
contrario, hará enfurecer a sus lectores y los dirigirá por donde él cree que
debe ser, y al individuo le dirá en qué está mal, lo dirigirá por un buen
camino: a esto le falta más rojo –dice
el opinólogo en su columna, sintiéndose más elevado y fuera de su sociedad en
la que vive, sintiéndose tan cómodo consigo mismo porque posee toda la verdad.
¿Pero nadie le ha dicho que sólo alcanza a decir una absoluta falsedad?
El
periodista, en cambio, es incómodo. Pero no principalmente para otros, que con
su presencia hace de la vida de otros incómoda, sino es incómodo para sí mismo.
Creo que la expresión más adecuada sería que el periodista está incómodo. Pero
no puede ser de otra forma, porque su labor es la del investigador, el
conocedor, y toda investigación es posible si a las creencias se les sacude con
un puñado de dudas, y es la duda a que hace posible que el investigador se
sienta incómodo, así, para saciar tal incomodidad no queda otro remedio que
investigar. Pero no para llegar a una verdad, sino para conocer, por eso
ensaya. Porque en el ensayo puede fallar y en el fallo se dará cuenta que
necesita más ensayo.
Hoy
en día los reportajes son escasos, el análisis se ha pervertido en mera
opinología, y la crónica ha desaparecido a través del tiempo. En su mayoría, la
prensa, está plagada de notas informativas, de columnas de la autoridad de la
opinión y de las narraciones sobre el evento de moda: el moño que lleva el mono cuando sale del monte. El periodismo se
ha rebajado a la prensa, y ésta es chismorreo, se ha olvidado poner atención a
las cosas, a dejarse sorprender por los sucesos frente a sus ojos y con ello
hacer una crítica sobre el todo. El chismorreo se conforma con la pura
descripción o la mera moralina, el periodismo no se conforma con algo.
El
periodista yerra, se equivoca, pide disculpas, enmienda el error cometido por
cambiarle el nombre a su invitado o dar mal las cifras de sus fuentes, por no
revisar estas fuentes y caer en una broma de la que no tenía idea. En las
escuelas no se enseña eso, se enseña a chismorrear: debes decir toda la verdad, no puedes equivocarte, debes poseer toda la
razón, debes ser especialista en lo que hablas, aquí no se aceptan los errores.
Para el chismoso, si se descubriera un error suyo, sólo es posible o la
negación cantando no oigo, no oigo; o
el cinismo descarado.
El
periodista juega con el tiempo, se mueve por él, es su compañero el cronómetro, viaja de aquí por allá: entre el hoy y el ayer, entre el mañana y el
quién sabe cuándo. El chismoso es preso del tiempo, corre tras de él, es
arrastrado día a día por el relojero: hay
que sacar la nota antes que los demás, si no lo hablamos hoy no lo hablamos
nunca. No se da cuenta el chismoso que es precisamente porque se nutre de
lo efímero y lo desechable, de lo que no importa si se pierde, por lo que es
preso del momento: su alimento se echa a
perder tan rápido porque las emociones son fugaces. El periodista sabe que
a la niebla hay que dejarla pasar, porque si intentara atraparla se le
escaparía entre las manos.
El
periodismo se ha rebajado a ser industria, a convertir sus obras en productos.
Me refiero a que todo lo que salga de la fábrica de opiniones ya esté
empaquetado con la misma fórmula, nadie daría un peso para apostar que la soda
en lata sabría diferente hoy y mañana. Uno compra opiniones las cuales ya sabe a lo mismo de ayer antes de donde
el primer sorbo a la columna. Pero es precisamente ese repetir la misma fórmula
lo que le asegura que tendrá las mismos lectores hoy que mañana. El periodismo
ha dejado de ser genuino para ser ingenuo, pasa de ser un arte a una reproducción, ¿qué artista más mediocre
que aquel que sólo repite una y otra vez el mismo éxito, pero con distinto
color? Es obvio que es para ese artista estar en lo cómodo y mantener a sus
espectadores en la comodidad que atreverse a pensar: ¡Sapere aude!
Pero aquí lo
que importa es el dinero, para el chismoso, la información es el cambio para
conseguir mayor capital. Ya en las escuelas lo primero que se enseña es aquel
manual donde se establece que, ante todo, el periodismo es un negocio, una
empresa. Y ya sabemos que para las empresas:
primero el dinero, luego lo demás.
Para
el chismoso la fórmula es Dinero-Mercancía-Dinero; primero el dinero y usa la
mercancía (la información) para conseguir más dinero. El periodismo usa la
fórmula invertida: Mercancía-Dinero-Mercancía. Pues para él, su profesión y la
venta de esa información no es para conseguir más dinero, sino para poder comer
y poder conocer más, investigar más. Él no tiene amor al dinero, sino amor al saber, por lo que poco se entrega al
juego mezquino del partidismo del chismoso:
Editor: ¡Atención!
Columnistas: (con pluma en mano) ¡Señor, sí señor!
Editor: Como saben, estamos en pelea con esta facción y espectro de la
política. Nuestros reporteros nos han enviado los informes de que esa facción ha
declarado un plan para el siguiente ataque en el frente de la cámara de
diputados; su general, Juan Vergas, será quien lo ejecute. Así que preparen sus
columnas para el contraataque.
Columnistas: (recargan la tinta de sus plumas mientras gritan enérgicamente)
¡Señor, sí señor!
Editor: Atacaremos con todos nuestras fuerzas, lloverán nuestras
opiniones sobre todos ellos y las masas serán nuestras, les daremos una lección
sobre el poder del virus de la opinión pública. Pero, antes de continuar, ¿alguien
está en desacuerdo?
Periodista iluso: Yo señor, ¿no sería mejor si en lugar de…?
Editor: (lo interrumpe con un grito ensordecedor) ¡recursos humanos,
liquídenlo!
El
periodismo se ha rebajado a prensa. Y, como dice Adorno, un político de vieja cepa no pediría libertad de prensa, sino libertad
respecto de ella. Pues, la prensa, hace de la información un ruido, hace
creer que dice mucho, pero en verdad dice tanto que no dice nada. La prensa no
sabe callar, hace de las radios estaciones 24 horas, huye del silencio, lo
calla, lo oculta tras una cortina de sonido, quita la oscuridad del silencio
para dejar una luz cegadora de ruido. El periodismo trabaja periódicamente, no
permanentemente; la prensa lo hace diariamente, qué digo diario, nunca termina,
la prensa presiona constantemente.
El
periodista hace ensayos los cuales hagan incomodidad en sus lectores y les
fuercen a una reflexión, aún mínima, sobre lo que se le presenta por medio del
escritor. No pretende decir la verdad, como si ésta fuera una moneda acuñada para ser llevada en el bolsillo por el lector.
Pretende, más bien, ser especialista en nada, especialista en hacer preguntas y
no contestarlas, sino dejar que el otro sea quien la responda, por eso el
primer paso para cualquier periodista es ser reportero, no porque pueda dar una
información objetiva, sino para que vaya al mundo a preguntarse: ¿qué rayos estoy viendo, en dónde estoy, qué
hago aquí? Y ante su soledad buscar esas respuestas en las respuestas que
otros le pueden dar: el edificio que mira, la calle donde anda, el calor en
donde entra, la señora de las papas, el señor que barre, el joven curioso como
él mismo.
Pero
para lograrlo no puede hacer la actividad diariamente, semanalmente, presionado
por la prensa que lo obliga a dar un producto cada cierto tiempo, que lo obliga
a estar conectado 24 horas a una red digital esperando que algo grande haya para
hablar de él; no es sino con la calma que puede dar una mayor calidad, con el
silencio de sus palabras. Es eso, la calidad, lo que la prensa sacrifica
para obtener la cantidad.
El chismoso quiere dar esa verdad habiendo pensado 2 minutos el tema a las 11 de la noche porque a las 12 se cierra la recepción de los textos en la editorial. El periodista, sabe seguir el consejo de Wenceslao de no desgastarse en el día a día y al mismo tiempo derrochar el talento a cucharadas; es ambicioso porque no lo es, es atento al atentar a la desatención, no dice algo objetivo porque él mismo es, en su completitud, un ser subjetivo; no ve las cosas en-sí, sino que ve las cosas como; la verdad siempre se le escapará, y es precisamente por eso que no la busca, se mantiene siempre pensando como Kapuscinski: si entre las muchas verdades eliges una sola y la persigues ciegamente, ella se convertirá en falsedad, y tú en un fanático.
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