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Un monumento al gobierno | Ajkunom

 Ellos ya no creen, pero las cosas creen por ellos
- Zizek

En semanas recientes, pobladores del municipio de Nacajuca, en Tabasco, han entrado en controversia y debate por la decisión tomada por el actual gobierno municipal sobre remover, de la entrada principal a la ciudad capital del municipio, la estatua o monumento a Don Fernando, un maestro finado de la música de tamborileros, para colocar en su lugar un busto de Benito Juárez. 

    La decisión fue tomada por el gobierno municipal, encabezado por Sheila Darlin Álvarez. Tal controversia abre las preguntas sobre, ¿qué significa un monumento, qué significa un monumento a un músico indígena en una localidad no indígena, por qué se remueve y se coloca en su lugar a Benito Juárez?

Memoria

Cuando hablamos de memoria nos referimos a una serie de relatos que una colectividad tiene de ciertas cosas. Estos relatos se manifiestan en discursos, los cuales sólo buscan reafirmar dicha memoria, aunque esta sea contradictoria en sí misma. Estas colectividades o grupos mantienen vínculos emocionales o identitarios con dicha memoria, por lo que buscan mantenerla tal cual son en una serie de discursos, a menudo, públicos. 

Monumentos

Estos discursos son una serie de signos o símbolos como lo son monumentos, canciones, banderas, edificios o poemas. Pero dichos símbolos funcionan como discurso cuando se les contextualiza, se les hace concretos; es decir, se les coloca en un sitio que dote un significado. Así, pues, un fragmento de un poema, como las últimas líneas de cuatro cantos de mi tierra de Carlos Pellicer adquiere un valor identitario y discursivo cuando se le declama en las festividades patrias o en eventos que ensalzan la identidad estatal, como las elecciones de flor de Tabasco. Es ahí, en ese contexto, donde adquieren los elementos necesarios para ser tomados por las personas y transformarse en un parte de un discurso nacionalista/estatalista. En cambio, si ese mismo fragmento se utilizara en otro contexto, como en una obra de teatro donde se le ridiculice, se transformará en parte de otro discurso, uno antinacionalista/estatalista. Los signos o símbolos no son un discurso en sí mismo, sino que son utilizados por personas para colocarlos en un contexto específico para que funcionen como parte de su discurso, sean estos una representación o no de todo aquello a lo que pretenden referirse.

    Dicho de otra manera, donde "el coliseo de roma, para algunos, es un monumento a la grandeza de roma, para otros es un lugar donde se martirizó a muchos cristianos" (PutoMikel, 2021). El coliseo no tiene significado en sí mismo, sino que son las personas, al ponerlas en contexto, que le dotan de un sentido, la colocan en un discurso.

    Es aquí donde entran los monumentos, pues estos buscan representar a personas que, a su vez, representen los valores, ideales o intereses de cierto grupo. Es por eso que a tal personaje se le coloca en una calle principal o un parque importante, donde la gente la mire diariamente hasta formar un lazo emocional, donde se normalice su presencia para mantener presente el discurso al que sirve. 

    Como dice PutoMikel: "estas estatuas o monumentos, o ponerle nombre a una calle, se hacen en contextos sociales y políticos concretos. Puede ser en momentos en los que se está intentando instalar un orden político nuevo y romper con lo anterior. O al contrario, puede ser en momentos de crisis del sistema" Esto es lo que pasa actualmente en Nacajuca, pues debemos recordar que el monumento a Don Fernando estaba colocado originalmente dentro de la ciudad, en un espacio donde a penas y se podía apreciar, sobre una fuente sin agua y llena de desechos de palomas. Y en el sitio donde está actualmente, estaba el busto que ahora se quiere colocar en su lugar. 

    Este cambio se produjo en un momento de crisis del sistema, cuando el gobierno de Pancho López buscaba apropiarse de un discurso: uno de cercanía al pueblo local; ante la llegada de la fuerte ola morenista. Es por eso que el actual gobierno busca instaurar un nuevo orden político y romper con el anterior, buscan "corregir la infamia" de Pancho López. Sin embargo, ambos lados caen en la misma práctica: instalar un discurso que los legitime.

    "Muchos de estos monumentos, aunque no sea siempre, son creados por el gobierno o las élites nacionales para reclamar continuidad con un pasado concreto, se convierten en partes esenciales de un mythos, un relato nacional oficial y hegemónico" (PutoMikel, 2021). Ese pasado que ambos reclaman es indiferente a la figura que quieren poner, esa figura es sólo un instrumento de validación moral y discursiva. 

    De una parte Pancho López buscaba apropiarse de una expresión cultural que trasciende a Nacajuca (como municipio), pues la música de tamborileros es parte de una cultura que nació mucho antes que el Estado mexicano, y que no se fusionó o mestizó sino que resiste en forma de pueblos indígenas chontales. A esos pueblos los despoja de su cultura para adueñársela en su discurso. Por eso no es raro no ver ningún monumento cultural referente a los músicos de tamborileros en las comunidades chontales, pero sí en aquellas comunidades que no lo son. Esta práctica, donde se borra la identidad de los indígenas para ser apropiado por un grupo que no lo es, no es nuevo, sino que es algo que desde los tiempos de Tomás Garrido se hace. (véase aquí)

    Por el otro lado, el busto de Benito Juárez, personaje controversial, sólo sirve como parte del discurso oficial actual. Donde la 4t busca apropiarse de personajes de izquierda o revolucionarios en su momento, pero que, a su vez, fueron aristócratas o ilustrados, como Miguel Hidalgo, Francisco I. Madero o Benito Juárez.

    En ambos casos, "estas memorias (y discursos) quieren simbolizar algo concreto, no la totalidad de esa persona" (PutoMikel, 2021). Es por eso que tanto es inapropiado poner a uno como al otro. Ni Don Fernando, a pesar de su importancia en su pueblo, puede ser considerado como símbolo de toda la música de tamborileros o como el "mayor exponente" como algunos lo califican, pues se estaría invisibilizando a todos los maestros de los demás pueblos que han dejado un gran legado a sus comunidades. Además que se estaría ensalzando a una parte de él y no todo cuanto fue, con sus prejuicios y errores, se santifica a la persona. Así mismo con Benito Juárez, a quien unos califican de Benemérito de las Américas y otros señalan que "llegó al poder no porque era indio, sino porque había dejado de serlo" (Navarrete, 2020). 

 Las imágenes como ídolos

En la tradición Musulmana, como en corrientes cristianas, está prohibido representar a Dios y los profetas, no porque no se conozcan sus rostros, sino porque todo aquello que representan esas entidades no pueden caber en una imagen. El concepto de Dios, como el de justicia o pueblo se escapan de una representación. Al crear una imagen a la cual adorar, a ésta se le fetichiza, como si Dios fuera esa estatua y no la estatua una mera representación de él (aunque en el fondo esto se sepa).

    Es por esto que al colocar una estatua en la calle principal de una ciudad esta se idolatra, como si fuera la imagen misma de aquello que pretende representar. Se crea un culto al rededor de una iglesia, edificio o monumento. Las personas se sienten tan arraigadas a ese objeto como a su identidad misma. Al usar ese arraigo de la gente, el gobernante de turno manipula la identidad misma de las personas. Coloca su monumento para hacer creer que su discurso son hechos concretos. Son como los creyentes que al ver en una película una representación del diablo creen que el diablo está ahí, o que por tener 15 cristos en su habitación Dios está con ellos y se irán al cielo, aunque sus acciones sean totalmente contrarias a las de un "buen cristiano". 

    Así es el gobierno, podrán tener miles de monumentos a tamborileros, aunque ni se les ayude y se les despoje de su identidad. O tener el más grande revolucionario en frente de su palacio de gobierno, aunque en el fondo, en ese palacio de gobierno, se sigan haciendo las mismas prácticas de corrupción, control y opresión. 

    "Las cosas (...) creen en lugar de ellos, en vez de los sujetos: es como si todas las creencias, supersticiones y mistificaciones metafísicas, supuestamente superadas por la personalidad racional y utilitaria, se encarnara en las 'relaciones sociales entre las cosas'. Ellos ya no creen, pero las cosas creen por ellos" (Zizek, citado por McNabb). Como dice Darin McNabb, en esta ideología, en esta religión llamada Estado "no importa tanto lo que uno piense en su cabeza, sino que haga bien los ritos, los sacramentos": saludar a la bandera, recitar el poema al Estado, apoyar a la flor del pueblo, escuchar y aplaudir al sacerdote-rey, y adorar al monumento-ídolo. 

Monumento a Don Fernando en su sitio de origen | Fotografïa: Wikipedia

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