¿Debemos
creer todo lo que escuchamos?
A la luz del movimiento #MeToo, nos hemos vuelto
conscientes de los abusos y conductas inapropiadas por parte de las personas en
una posición de poder. Hemos descubierto la existencia de un problema o, en
otros casos, hemos tenido que reconocer las implicaciones de esas conductas,
las secuelas que provoca en quienes han sido víctimas.
De igual o mayor importancia es el hecho de que,
como sociedad, estemos cambiando la cultura de culpar a las víctimas e imponer
represalias a quien se atreve a denunciar. Paso a paso se ha logrado modificar
las conductas sociales, dando un foro para denunciar el acoso y los abusos y
garantizar la rendición de cuentas.
Muchas figuras en el mundo del cine han sido juzgadas.
El caso de Harvey Weinstein, quien era uno de las figuras más poderosas del
cine, sirvió como bandera para evidenciar un enorme problema en esta industria.
Siguiendo a Weinstein, distintos actores, directores o ejecutivos han sido
apartados de sus puestos y, en el mejor de los casos, enjuiciados. Desde el
actor Kevin Spacey, hasta el líder de Disney/Pixar John Lasseter, pasando por el
director Bryan Singer y el también actor Bill Cosby, entre otros.
Pero el movimiento no se ha detenido ahí, sino que
ha “desempolvado” casos notorios, como el de Roman Polanski, quien lleva cuatro
décadas prófugo de la justicia estadounidense por haber mantenido relaciones
sexuales en 1977 con Samantha Geimer, entonces de 13 años y, notoriamente, el
caso de Woody Allen.
Woody Allen lleva años enfrentándose a las
acusaciones de abuso sexual por parte de su hija adoptiva Dylan Farrow, sucesos
que supuestamente se dieron cuando esta tenía siete años. Pero el caso de
Allen, tan lleno de contrariedades y verdades asumidas (nunca demostradas e
incluso llevadas a juicio), se tiene que entender más allá del supuesto acto de
violación.
Hacia 1992, los periódicos y revistas de
espectáculos estuvieron llenos de historias referentes a la separación del
matrimonio formado por el director Woody Allen y la actriz Mia Farrow. La
ruptura se dio de manera escandalosa: Woody sostenía una relación con la hija
adoptiva de Mia, Soon-Yi Previn, adoptada durante el matrimonio anterior de Mia
con el músico André Previn.
A la postre, Woody se casaría con Soon-Yi (su
pareja desde entonces y hasta la fecha), mientras que Mia Farrow interpondría
una demanda luchando tanto por la custodia de sus tres hijos, como acusando a
Allen por una supuesta violación a la hija adoptiva de ambos: Dylan.
Durante el litigio, Allen argumentó que todo
estaba armado para dañar su imagen, producto del odio y la molestia. Farrow por
su parte, mantuvo las acusaciones.
En el juicio, que se extendió varios meses, se
declaró inocente a Woody Allen. Por otra parte, una investigación fue conducida
por un equipo de expertos en abuso infantil del Hospital Yale-New Heaven, el
informe fue presentado a la policía y desestimó el caso, declarando en el
juicio que Dylan no presentó ninguna prueba de haber sido abusada y que las
respuestas de la niña parecían inducidas o enseñadas para aprender y responder
mecánicamente.
Susan Coates, psicóloga infantil contratada por
Mia Farrow, incluso declaró durante el juicio por la custodia que llegó a temer
por la seguridad de Woody Allen, dado que Farrow estaba, en su opinión, “cegada
por el odio” y parecía dispuesta “a cualquier cosa”.
En resúmen, Woody Allen fue declarado inocente en
dos juicios distintos. Sin embargo, a la luz del movimiento #MeeToo, que
curiosamente fue iniciado por una investigación publicada por Ronan Farrow
(hijo de Woody y Mia), el caso ha sido reabierto… al menos ante la opinión
pública.
Woody presentó este mes su nueva película
“Rifkin’s Festival”, misma que fue recibida con críticas positivas en el
Festival de Cine de San Sebastián. Pero la controversia empieza a tener efectos
en la carrera del director, dos décadas después de que surgieran los primeros
rumores al respecto.
Decenas de actores aseguran que no volverían a trabajar con él en el futuro. Esta semana, Kate Winslet ha declarado a laprensa de que se arrepiente de haber trabajado con Woody en 2017. La reacción de la actriz se suma a otras iguales de Ellen Page, Colin Firth, Jessica Chastain, Peter Sarsgaard, Susan Sarandon, Natalie Portman, Mira Sorvino o Greta Gerwig. Amazon, por su parte, ha roto contrato con el cineasta con quien tenía programada la realización de cuatro películas.
Por el lado contrario, actores como Javier Bardem,
Penélope Cruz, Jude Law, Elle Fanning, Vanessa Hudgens, Dianne Wiest, Anjelica
Huston, Diane Keaton, Cate Blanchett o Scarlett Johansson han expresado
abiertamente su apoyo a Woody Allen.
Sin embargo, la duda persiste y es difícil para
uno como espectador lograr separar el arte de las personas detrás de las
creaciones.
Indudablemente, Woody Allen es una de las figuras
más trascendentales del cine y la cultura norteamericana. Cortas quedan las
palabras para transmitir su impacto en la historia séptimo arte y para enumerar
las decenas de obras maestras que ha escrito y dirigido. Es desafortunado que
ese legado se vea ahora empañado.
Andrea Peyser escribió en marzo de este año en su columna de The New York Post que Mia Farrow ha coronado con éxito su campaña de casi 30 años para destruir la reputación de Woody Allen y que “todos deberíamos tener miedo”, porque los hechos han dejado oficialmente de importar y ahora es “la masa desinformada y manipulable” la que impone sus criterios.
Y ese criterio puede ser dudoso, maleable.
¿Confiamos más en un sistema de justicia que ha llevado una investigación
rigurosa y emitido un veredicto? ¿O preferimos escuchar aquello que escuchamos
en redes sociales?
No hay que equivocarnos. No podemos desestimar las
denuncias, es importante escucharlas y conducir una investigación en instancias
legales. Pero debemos ser críticos y no olvidar que, en medio de un
linchamiento generalizado, hay quienes pueden utilizar la denuncia como
difamación para lograr un propósito específico. Una buena referencia a lo
anterior es la maravillosa película danesa de 2012 “La Caza” (Jagten).
¿Culpable o inocente? ¿Quién debe definirlo?
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