Es un dato de
conocimiento universal que la actual pandemia por la que atravesamos ha
modificado, o en todo caso, acelerado el cambio en nuestros hábitos de consumo.
Las cifras de compras por internet crecieron exponencialmente, de una manera
impresionante.
Uno de los hábitos
que estaba en plena evolución y que se ha visto acelerado, era la forma en que
vemos películas, el ritual de ir al cine a disfrutar del más reciente estreno.
Desde hace un par
de años, Netflix ha puesto en jaque a las cadenas de exhibición en todo el
Mundo, ofreciendo la opción de ver películas relativamente recientes en su
catálogo, llevando al límite la competencia al tener producciones originales
que son elogiadas por el público y aclamadas por la crítica.
Ahora, Disney ha anunciado que dejaría de exhibir el live action de “Mulan” en cines,
prefiriendo ponerlo en su nueva plataforma de streaming Disney+, dando un golpe
que podría resultar mortal a la antigua noción de lo que es el cine y cómo debe
disfrutarse.
Pero ¿qué es lo que
buscamos en la experiencia de ir al cine? ¿Por qué la estamos sustituyendo? ¿Se
acerca el fin de la exhibición en complejos de cine?
Ir al cine es una
manera de estar juntos. Desde el momento en que debemos ponernos de acuerdo
sobre qué película ver, investigar en qué cine y horarios se proyecta, acomodar
toda nuestra agenda para llegar en tiempo a la función, elegir los asientos
(todos tenemos nuestra zona preferida) e incluso comprar las palomitas o lo que
sea que vayamos a consumir dentro de la sala.
Hay un mundo de
diferencia entre la experiencia de ir al cine solo, ir con la pareja, con
amigos o con la familia. Pero en todos estos casos se trata de momentos de
trascendencia en un nivel social y personal. Sólo en el cine podemos
desconectarnos durante un par de horas de todo lo que sucede en nuestra vida y
a nuestro alrededor. Estar en una sala oscura rodeado de gente mayormente
desconocida, pero experimentando las mismas emociones, es un sentimiento
difícilmente equiparable con algo más.
Sin embargo, los
tiempos cambian. Y las empresas buscan adaptarse a los nuevos hábitos de
consumo, o incluso logran imponerlos. Las ideas de progreso y modernidad nos
orillan a buscar hacer más sencilla nuestra vida, a buscar hacer lo más posible
con nuestro (ya de por sí reducido) tiempo libre. A buscar la mayor comodidad
con el menor gasto posible.
Y es que, por más
atractiva que sea la idea de ir al cine, es un gusto cada vez más caro, ya sea
al invitar a la pareja o al llevar a la familia completa. Desde la compra de
los boletos, el transporte y hasta el gasto en la dulcería. Implica dedicar una
buena porción de nuestro día y una parte considerable de nuestro presupuesto.
Cada vez es más
atractivo contratar una plataforma de streaming y la comodidad de quedarnos en
casa teniendo a nuestra disposición un catálogo de películas amplio es
tentadora. La oferta es variada y cada día parece surgir una nueva app para
poder acceder a contenido desde la comodidad de nuestra sala o incluso nuestras
camas.
Las grandes
productoras de cine han elegido colocar sus nuevos contenidos en sus propios servicios
de streaming, buscando volverse más atractivas para atraer nuevos suscriptores
y hacer frente a los contenidos (originales o no) de sus competidores.
Esto nos lleva a
formularnos una pregunta: ¿es realmente más económico ver las películas desde
casa?
Aun cuando hoy hay
más opciones que nunca para ver películas, irónicamente estamos limitados. Las
suscripciones que se deben pagar, aunque sean un gasto accesible, deben ser
acumuladas. Es un concepto económico muy básico: las personas tenemos un
ingreso máximo y un límite de gastos en un fin determinado, definido por ese
mismo nivel de ingreso. ¿Cuántas plataformas puede alguien contratar y pagar razonablemente?
Amazon Prime, más
Netflix, más Disney+, más HBO Go, más Apple TV, más la televisión por cable,
incrementando además el gasto del servicio de internet y, quizás, otros gastos
similares como Spotify. Eso, a la espera de nuevos oferentes como Hulu, The
Criterion Channel, SundanceTV, Sling, Shudder, entre otros que aún no llegan a
México.
Claro que se puede
elegir tener sólo una de estas plataformas, pero dado que el contenido es muy
variado y cada vez más especializado, la pregunta entonces se convierte en
¿cuál elegir? ¿Qué plataforma me ofrece más?
Sin embargo, aun
pagando cerca de mil pesos al mes, puedo ver muchas horas de contenido,
mientras que al ir al cine, gasto los mismos mil pesos en apenas una o dos
películas.
El cambio y la
competencia no es algo nuevo para la industria del cine. A través de su
historia se ha enfrentado a esta disyuntiva en al menos dos ocasiones. La
primera de ellas fue en los años cincuenta, con la llegada de la televisión, en
un caso muy similar al actual.
La respuesta fue
ofrecer lo que la televisión en el hogar no podía: grandes producciones en
formatos que el aparato de la sala no podía replicar, imágenes amplias y de
gran definición como VistaVision o CinemaScope, que superaban la capacidad
cuadrada de los televisores. El uso del Technicolor fue la gran diferencia, ya
que las televisiones en esa época únicamente eran en Blanco y Negro. Los
técnicos del cine fueron incluso más lejos al ofrecer otra alternativa, con las
primeras películas en 3D.
Los grandes
estudios comprendieron el enorme potencial del nuevo medio y compraron cadenas
o vendieron sus catálogos para ser exhibidos en TV. Como tiro de gracia, las
grandes películas no podían ser exhibidas sino hasta años después de haber
salido en cines, lo que se conoce como Ventana de Exhibición.
La segunda gran
amenaza para el cine fue menor. La llegada del Home Video con nuevos formatos
como BetaMax, VHS, Laserdisc, con sus evoluciones a DVD y Blu-Ray, también
llegaron a representar una amenaza para la industria del cine, pero sin afectar
la manera tradicional de exhibición, ya que aun cuando mucha gente prefería
quedarse en casa, tenía que esperar al menos seis meses o un año para que la
nueva producción pudiese estar disponible en estos formatos.
La gran diferencia
entre estas dos etapas anteriores y la actual es una muy trascendental: las
plataformas digitales están ofreciendo contenido original. Las ventanas de
exhibición se eliminan y se ofrece la opción, al mismo tiempo, de ver una
película en cine o en televisión (basta recordar el caso de “Roma” de Alfonso
Cuarón).
Y no solo es
contenido de alta calidad, sino que han logrado atraer a sus filas a grandes actores
y directores a la vez que apuestan por contenido más arriesgado, fresco y
original, dando voz a nuevos realizadores que, fuera del cine independiente,
difícilmente pueden ver financiados sus proyectos.
Entonces, ¿cómo
rescatar al cine tradicional? ¿Está condenado a sucumbir?
Las productoras y
distribuidoras de películas deberán apostar a tener mejores opciones y a
mejorar la experiencia de ir al cine. Ya de por sí las salas de cine han
evolucionado hasta ofrecer un alto confort, butacas amplias y reclinables, sistemas
de sonido incomparable. Pero se deben combinar dos factores para que el cine
sobreviva:
Primero: los
estudios deberán arriesgar más, mejorando la calidad de su oferta. Claro está
que no deben dejar de producir el blockbuster de verano, pero deberán seguir
produciendo a la par historias innovadoras y de calidad. Deben darnos una razón
para elegir levantarnos del sillón, salir de casa e iniciar el ritual de ir al
cine.
Segundo: nosotros,
el público, el consumidor. Para aquellos que amamos el cine y la idea romántica
de la sala oscura, sabemos que esta experiencia jamás podría ser sustituida por
ver películas en casa. El cine es para verse en el cine. No importa qué tan
sofisticada sea la pantalla y el equipo de sonido con el que se cuente. Ninguna
película está diseñada para ser vista en una pantalla de televisión y mucho
menos en la de un teléfono.
La última palabra
la tienes tú. ¿Cuál prefieres?
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