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Fuente: Etcétera |
No todos los grandes reciben un Nobel. Aquellos que
exploran la infinidad del tiempo, su trayecto circular, aquellos que equiparan
con filosofía y misticismo la colección de sus letras, los mismos que cautivan
con vestigios de alguna fantasía y anteponen su ideario político frente a
cualquier capricho social o exigencia moral, no cosechan premios, labran
herencia, hacen preguntas sempiternas y resuenan en la entelequia de miles de
lectores por el transcurrir de las décadas.
Jorge Luis Borges, escritor argentino y de mente sin igual,
inició su trayecto en 1907 con el texto La
víscera fatal, surcó los cielos literarios y próximamente con tan sólo diez
años, publicó una traducción al castellano de El príncipe feliz de Oscar Wilde. Años más tarde, entrada ya la
Primera Guerra Mundial, la familia Borges se convierte en espectadora y se
refugia de los recuerdos bélicos en Ginebra.
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El Golem, Paul Wegener |
Durante ese periodo, el poeta traslada su ávida lectura
hacia el pensamiento francés de Voltaire, Victor Hugo, Baudelaire, y Gustav
Meyrink. De este último explora los laberintos de El Golem, texto que descifra del alemán y retrae posteriormente para darle vida al poema del mismo nombre. En él, Borges da cuenta del ser
humano como ser supremo, “el Golem es al rabino que lo creó, lo que el hombre
es a Dios y es también lo que el poema es al poeta”, afirmaba la voz templada del
cuentista.
Tras su regreso a Buenos Aires en 1921 confecciona la
revista Proa, en ella publica su
primer poemario titulado Fervor de Buenos
Aires, pero lo que más le otorgaría prestigio internacional serían los
ensayos que manifestaban su erudición y juicio ilustre. Con Inquisiciones (1925) y El idioma de los argentinos (1928),
bosqueja al lenguaje, conceptualiza la muerte y magnifica al misterio,
ganándose así un espacio entre las personalidades más sublimes de la literatura
española.
Para 1955 las tinieblas se incrustaron en la retina de
Borges, las cataratas se hicieron camino hacia sus órbitas, cegándolo por completo, mas proyectando luz infinita en el ático mental que añoraba su estadía. El
también conferenciante y profesor, fue miembro de la Academia Argentina de las
Letras y director de la Biblioteca Nacional de Argentina hasta 1974; fue
condecorado con el Premio Formentor y el Premio Miguel de Cervantes, y reconocido con el
Doctor honoris causa en Columbia, Yale, Oxford y Michigan.
Bibliotecario, dio su vida a los libros,
confrontó al individuo y a la infinidad de las causas inteligibles, bifurcó los
jardines antes recorridos, expuso la memoria frágil y su estilo fue génesis
para lo simbólico, para las realidades fragmentadas que edificó con la
tenacidad de su pluma. A 121 años de su natalicio, revivimos El Aleph, las Ficciones y la Historia de
una eternidad, la eternidad de Jorge Luis Borges.
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