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Un nuevo amigo: Ismael

                                               Imagen: Wikipedia.

-Kevin Talancón. 

Nezahualcóyotl, Estado de México. El sol de Neza es endémico, no calienta, quema, cuando sale, grita. Los adoquines de camino al metro Neza están chuecos, las calles agrietadas, las paredes mal pintadas, las tiendas de cada esquina están expectantes, pequeños detalles que no todos ven en un ¿día normal?

Llegamos a Metro Neza, nos detenemos. Junto a un puesto de Frappes: está cerrado. Jorge, Iván, Jaz y yo, la plática es azarosa, no va más allá de lo que cuatro jóvenes (adultos) pueden aportar. Pasan los minutos, una plática normal para alguien de nuestra edad, pero inadmisible para una viejita religiosa. Pronto algo -o mejor dicho alguien- llama nuestra atención.

<<Mira a ese güey, se está comiendo un tomate>>, le digo a Iván, después de ver como un fulano tomaba uno del puesto de verduras que está frente a nosotros para después meterlo a su boca. <<No mames sí es cierto>>, me responde Iván. Lo seguimos con la mirada, va y se sienta.

Cabello negro y tieso, rematado por un gallo que se levanta en símbolo de rebeldía. Playera de tirantes, un pants Jordán y tenis de bota; se ve sucio, pero no tanto. Tiene la cabeza agachada, saca la bola verde de su boca, resulta ser un limón, en su bolsa trae una botella de alcohol etílico (marca Lourdes), lo destapa, le da un trago.

<<No mames, se está tomando el alcohol, ¿qué pedo?>>, le digo a los tres, es el silencio que existe en el tránsito lo único que alivia el momento de observación. Mirada perdida, pensamientos crespos. Se levanta, comienza a soltar golpes al aire, una patada interrumpe la secuencia, la columna de cemento descarapelada: el rival.   

El 3 de mayo de 2017, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), presentó su Informe Anual 2016, en el que señala que un tercio de la población en México son niños, niñas y adolescentes, de los cuales 21 millones viven en condiciones de pobreza (UNICEF, 2017).

<<Ya no lo vean, güey. Se va a dar cuenta>>, dice Jaz. <<Cálmate, güey, ¿qué te puede hacer?>>, responde Iván. La plática continúa, él sigue, bebe, succiona el limón con sus labios, tira golpes, vuelve a su asiento. <<Yo creo que los del puesto ya se dieron cuenta que lo estamos viendo>>, menciona Jaz. Los hombres del puesto de tacos que están frente a él nos miran con el rabillo del ojo. <<No, no creo>>, dice Jorge.

<<Es extraño el tercermundismo>>, digo mientras lo observo sentado junto a un hombre que está comiendo su taco. <<Yo creo que en el primer mundo también hay banda así>>, dice Jorge. <<Pues sí, pero aquí es bien común encontrarte güeyes así en cada esquina>>, le respondo.

Lo perdimos, ya no está en su asiento asignado. <<Ya viene por ti, Jaz>>, bromea, Iván. Jaz se cambia de lugar, ahora está a mi derecha, e Iván queda a mi izquierda dando la espalda al puesto de tacos, que al parecer también vende gorditas, tienen “3x10”.  

Vuelve a escena, ahora camina hacia nosotros, se integra al círculo, queda frente a mí, entre Iván y Jorge. <<¿disculpen me pueden dar su hora>>, pregunta. <<Claro, son las dos y cuarto>>, le confirmo. <<Es que ustedes tienen un aura, y su risa>>, dice con una dicción tortuosa.

Habla con Iván, sus palabras son hechas a mano, despacio, las elabora con cuidado, y aun así no le entiendo a mucho de lo que dice. <<¿Cómo te llamas?>>, le dice Iván. <<Ismael>> dice mientras se destapa un tatuaje en su espalda alta, casi llegando a su hombro derecho. Ismael, dice la pintura.  

<<Ah, está chido tu tatuaje, bro>>, comenta Iván. <<No, está bien culero>> afirma Ismael. <<Le quería poner verde y luego así rojo, como sangre que se va cayendo>> continúa. <<Ya nunca lo acabé>>.

La diferencia entre el miedo y la ansiedad es, que, el miedo aparece cuando tienes el tepiteño en frente, sabes que es correr o morir, saca fuerzas, adrenalina, ganas de vivir. Mientras, la ansiedad, ataca de todos lados, no sabes qué es lo que te quiere hacer daño, te paraliza. Cuando Ismael se acercó, la ansiedad invadió, no sabíamos con qué intención llegaba, la ansiedad corrió por el cuerpo y transmutó a miedo.

Pese a los discursos que pretenden posicionar a la Ciudad de México (CDMX) como la ciudad de las garantías y los derechos democráticos, según el Censo de Poblaciones Callejeras, mil,135 jóvenes y niños se encuentran en situación de calle, a merced de la violencia y la brutalidad de un sistema que no parece tener respuesta para este grave problema.

<<Hay personas que me quieren hacer daño>>, nos cuenta Ismael. <<Si hay personas que te quieren hacer daño, ¿por qué no te vas de aquí?
>>, pregunta Iván. <<Por que a mí me enseñaron que un hombre da la cara>>, responde Ismael. El machismo mexicano, se permea en la colectividad. El hombre que todo lo puede.

Las preguntas van hacia el invitado. <<Es que yo siempre me he cortado>> interrumpe a todos y muestra sus brazos. Marcas paralelas entre sí, algunas son más gordas que otras, ascienden hasta casi llegar a su flexura del codo. En el lomo de su antebrazo tiene una estrella, tatuada con cicatrices. En el cuello, un par de líneas horizontales. No sólo se corta los brazos.

Rubén aparece a mi izquierda, saluda a todos. <<Mira, hicimos un nuevo amigo, se llama Ismael>>, le digo a Rubén, y éste lo saluda. La plática sigue, Jaz casi no habla, Ismael no para de hablar. Nos cuenta, sus padres están en la cárcel, su hermana se fue con un novio que tenía; las desgracias vienen en fila.

El vaivén citadino continúa, nada se detiene, todo sigue, el metro se para y se va, el tiempo camina, corre, Ismael, de repente da tragos de su alcohol. <<¿Me das un trago, carnal?>>, le dice a Rubén y señala la botella con agua de éste. <<Claro, hermano, te la regalo>>. Ismael, abre la botella, e introduce alcohol. Los dos líquidos se besan y se juntan, se transforman en uno, Ismael vuelve a beber.

<<A mí me gusta hacer ejercicio, por eso también tomo esto>>, nos explica Ismael. Un personaje llega y lo saluda, Ismael nos la presenta, un personaje aislado pero sobresaliente. Un personaje que se maneja en su propia realidad. Un personaje que es reconocible para nosotros, pero tal vez ella no es reconocible para sí misma, se trata de: La Monosa.

Para el año 2017, según el censo del Instituto de Asistencia e Integración Social (IASIS), se ha registrado un incremento de 20% de personas en situación de calle, en relación con el año 2012.

La historia de La Monosa es más vieja. Un par de meses atrás, durante uno -de los tantos- bloqueos de taxistas a lo largo de la Ciudad, una transmisión de Foro TV fue en Metro Neza. La trasmisión en Facebook se hizo bastante famosa entre los que transcurrimos esa estación seguido. En un comentario de la transmisión un chico exigía que grabaran a La Monosa. Jaz y yo vimos ese comentario y supimos de quién se trataba, y desde entonces la veíamos taciturna merodeando taxis, siempre con su mona.

Ahí estaba, nos dio la mano a cada uno. <<He bailado con ella>> nos cuenta Ismael. <<Hola>>, dice ella. Se queda con la mirada perdida, está, pero sobra, queda sumergida en su realidad, en la que ella gobierna, la realidad donde nosotros no entramos, una realidad que no responde y donde la moral es flexible hasta donde ella quiera.

Sus iris son cafés oscuros, el resto del ojo, tiene tintes amarillos. Trae unos zapatos de plástico, y unos mallones cafés gastados. Su cabeza está pelona casi hasta la nuca, sólo existen brotes sucesivos de cabello, juntos por una cola de caballo, pero, que no se esfuerzan por tapar su cabeza.

<<Adiós>> dice, les da la mano a todos. Le extiendo la mano, me la toma un par de segundos, me mira, su mirada queda pegada a mí. Da un par de pasos hacia mí, presiona un poco más la mano y no la puedo soltar. Acerca su rostro al mío, su tez morena tapa al sol de Neza, giro mi cabeza. Siento sus labios fríos en mi mejilla, se separa de mí y le suelto la mano. <<Adiós>>, le digo. Da un par de pasos hacia atrás y se va.

Siempre he pensado que es difícil explicar un sentimiento, por que uno sólo siente y ya, pero la vergüenza encajaría muy bien a ese momento. Miro a Jaz, <<me quiero cagar de risa>>, me dice y escupe la carcajada, bajito y despacito, disimula tosiendo, yo no sé a dónde mirar. El sentimiento queda suspendido.

Nos despedimos de Ismael, <<ustedes ya son mis carnales, y yo a los carnales soy fiel>>. La choca con todos y vuelve a su sitio, aquel del que salió para integrarse con nosotros.

<<Pinche chapulín, le bajaste la morra al Isma>>, me dice Rubén, todos se ríen. Comentamos sobre lo que acaba de pasar, mucha información para tan poco rato.

Pienso en llegar a casa, casa, u hogar, lugar escondido y a la vista, círculo de seguridad donde conviven los seres que amo, seres que Isma no encuentra, seres que La Monosa no sé si tenga. La familia y los amigos, nos vuelven personas, humanos. Las personas olvidadas, sumergidas en sus vicios, no los tienen presentes. Añoramos el cine de Buñuel y nos olvidamos que en la esquina de nuestra casa, ahí como una mancha en la ciudad de los museos, están todavía los olvidados.

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