Recents in Beach

La primera vez que ves un muerto

                                          Fotografía por: abc.com
Kevin Talancón.


Toy Story, me había dejado muerto, -no literalmente- salí muy noche del trabajo, la lluvia estaba enojada y era terca, lo veo desde las puertas cristalinas de la plaza, subo el cierre de mi chamarra y me pongo la capucha, se abren las puertas automáticas y la brisa me golpea, el inicio de una noche que me iba a cambiar por el resto de mi vida.

Hace meses, en clase de Reportaje, mi maestro dejó de tarea una nota de: el momento más impactante de nuestra vida. Llegado el día de la revisión, una niña entregó la suya sobre la primera vez que vio un muerto, acabada la lectura de su texto, me quedé con un pendiente: yo jamás había visto un muerto.

Salgo, miro hacia arriba, las gotas caen en diagonal, una tras otra, corren del cielo y se impactan en mi rostro, cortan fríamente mis cachetes. Me acerco a la parada, los limpiaparabrisas saludan de un lado a otro en los autos que pasan a gran velocidad, perturban los charcos que salpican a mis tenis. Espero la combi.

Más de media noche, yo creo que no va a pasar ya, vuelvo a donde la plaza, saco mi celular, y le marco a mi papá. <<Carnal, ¿puedes venir por mí?>> Cuestiono, después de una respuesta afirmativa cuelgo y me quedo esperando, me siento en el suelo y miro las luces de los edificios reflejadas en los charcos que bailan por las gotas. Intento mirar mi rostro en el reflejo: no hay nada.

Recibo una llamada. Es papá. Me levanto y me pongo a correr hacia donde él me espera, me subo al auto, mi perro viene con él. Mete primera y nos vamos a casa. Nos detenemos en una gasolinera. <<Había un muerto por el parque>> me dice mientras la máquina del combustible marca ceros, << ¿cómo sabes?>> Le pregunto, <<pues vi las patrullas y gente ahí afuera>>, me responde mientras busca cambio para darle propina al joven que no hace el intento de limpiar el parabrisas. Me quedo callado.

Arranca el auto otra vez, la aguja que marca el combustible se mueve a la derecha y se detiene de golpe. <<Quién sabe por qué lo matarían>> digo, <<pues quién sabe>> responde mi papá. Avanzamos en el auto, nos acercamos al parque donde sucedió el hecho. Me siento nervioso, mi corazón se sale del pecho, sé lo que voy a ver.

Los vidrios se empañan, mi papá toma una franela y limpia el lado del conductor, las patrullas gritan con sus luces azules y rojas, se ven desde lejos, el calor del cuerpo de mi perro se siente entre mis dedos que lo sujetan del pecho, su respiración opaca el silencio.

Pasamos junto a la primaria donde yo estudié, en donde pasé seis años de mi vida, vida, vida, metáfora de la que nos enamoramos desde que nacemos y que no es suficiente nunca, vida, todo lo que tenemos y que a nadie le importa, vida, aquello en lo que no pensamos hasta que nos falta.

Según información de Animal Político en enero y febrero de este año han sido asesinadas un total de 5 mil 803 personas, esta cifra convirtió ese bimestre en el más violento del que se haya tenido registro. La tasa de homicidios ha aumentado 13% con respecto al año pasado.

Una decena de pies están parados junto a alguien tirado, los árboles tambaleantes y oscuros son los únicos testigos, las luces de una ambulancia peina las cabezas mojadas de los curiosos que tienen la mirada hacia todos lados menos hacia él.

La lengua de mi perro palpita, sale y entra de su hocico, al igual del vapor que sale cuando exhala, tiembla, tiene frío, está sintiendo, siente, parpadea, gira su cabeza, babea, no sé qué piensa, pero vive, siente, y el sentir es la única certeza de que estamos: vivos.

El agua corre asustada hacia las coladeras, pasan a un lado de él, él que yace ahí tirado en una esquina cualquiera, una esquina donde pasó tal vez muchas veces, una esquina donde yo he pasado muchas veces, una esquina sin nada especial, una esquina que vio como las luces de sus ojos salían del recipiente.

Sus pies están cruzados, su cara está hacia arriba mirando las lámparas rayadas por las gotas que no paran, su torso está tapado por un plástico opaco y transparente, sus jeans están rotos, está ahí sin moverse, muerto, al fin y al cabo.

“México tiene cifras de muertes violentas propias de un país en guerra: 252 mil 538 desde 2006” dijo en su visita a México Michelle Bachelet, alta comisionada de la Organización de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ONU-DH). Esto en el mes de abril del presente año.

<<Yo lo conocía, acababa de salir de la cárcel, le debía a quien no le debes deber, aparte andaba asaltando por ahí>>, me mencionó Christian al día siguiente en el trabajo. Busqué alguna noticia, pero ningún medio le dio importancia, otro muerto en México.

Otro más a la lista, la lista de memorias confusas, lista de cuentos que no se van a contar, cenas que no van a tener, amores que no se van a vivir, experiencias que no te van a decir, otro más a la lista de los anhelos, sueños y frustraciones que cierran los ojos para ya no estar más, otro a la lista.  

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