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Contra el olvido

Primera Feria del Libro en Tepetlaoxtoc

  • Donde las artes convergen

Entre el apacible canto de la marea del viento entre las hojas de los grandes árboles y la tierra que se levanta al paso para seguirle a uno; se esconde el Museo del Pulque que parece haber sido adherido a la tierra, tal como su materia prima. Es  este sitio revolucionario en Tepetlaoxtoc donde se combate al olvido.
Jarritos de barro son llenados de curado y pulque al natural mientras unas cuantas sillas al aire libre voltean hacia el escenario involuntario en la parte delantera de la construcción. Los tabiques rojizos que enmarcan el lienzo blanco de las paredes, acompañan naturalmente los adornos colgantes de la marquesina. La familia que hace años comenzó con este arte gastronómico decidió fusionarlo con el literario y el manual: otras artes inherentes al ser humano. Este tres de junio las puertas son abiertas a editoriales independientes, artesanas y poetas de papel y lira, debajo de los árboles. 
Sobre el piso terroso casi carente de pasto verde fresco; una mesita de plástico sostiene los pocos títulos que a la Editorial Praxis le han quedado con el paso del tiempo después de que el despiadado anhelo de los empresarios por inmiscuirse en la globalización, se apropiara de las oficinas donde laboraban cientos de trabajadores. Uno de ellos, el fundador: Carlos López, quien es reconocido a nivel internacional y quien además es un auténtico amante de las letras, cuenta su compañera de trabajo, quien ha migrado con estos ejemplares buscando un hogar para ellos: la casa de un estudiante, un trabajador, una ama de casa, cualquier persona que sepa salvaguardar el prodigioso poder de las historias, los manuales y las compilaciones; como no fueron por quienes priorizaron el consumo banal y material que aquel que preserva la imaginación en un país tan surrealista. 
Así como Praxis, muchos de los que comparten este recinto, esperan atentos la presencia de los pueblerinos y de quienes vengan, para contar sus proyectos independientes. Jóvenes de la carrera de Comunicación, tienden sobre una mesita con mantel blanco tres ejemplares de una revista trimestral llamada Asalto,  que en cada número abarca una temática específica. Invitan de igual forma a otros jóvenes a colaborar con ellos. 
Muñequitas de trapo traídas desde Chiapas, pulseras tejidas, portadas de cuentos independientes hechas con materiales reciclados, pintadas a mano. Todos los artilugios ocupan un lugar de 30 pesos. Miran a quienes consiguen llegar a esta tierra escondida. Un joven levanta, desde el escenario, cada ciertos minutos un ejemplar a vista de todos y dice por el micrófono: “Este libro del grande Carlos Fuentes, inicia la subasta con 10” , veinte, treinta : “ Treinta a la una, treinta a las dos…” en ocasiones la oferta es elevada y en otras, un libro que podría valer 150 pesos termina adquirido por menos de 100. Hoy la cultura es el vínculo que ha unido a unas cuantas personas. 
Después de una breve subasta, El Conejo Rojo, músico igualmente independiente, se sube al escenario. El sonido de su guitarra parece abrazar la madera erguida de los árboles, el silencio reina cuando se escucha su voz resonar a través del micrófono. Los asistentes observan sentados desde sus sillas, desde la llanta que cuelga de una rama, para columpiarse; algunos sosteniendo entre sus manos un jarrito con un pulque a medias, observan. La tarde se convierte en un domingo familiar, la voz del El Conejo Rojo se convierte en el arrullo preciso, como si el sol amigable comenzara a vestir sobre el pecho su aroma fulminante a contraste con el viento. El día continúa y las canciones son cerradas con el aplauso genuino de los vendedores y de quienes han acudido a la tertulia, al resurgir de quienes han sido olvidados, y de quienes están por comenzar. 
















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